lunes, 29 de junio de 2009

EL PESIMISMO INFINITO


Por: Martin Guerra.


No es la primera vez que escribimos para manifestar una opinión crítica sobre algunas opiniones de César Hildebrandt. Sabemos que esto no agrada a algunos, pues él se ha convertido en una especie de tótem del periodismo crítico nacional. Reconocemos su fina sátira, su burla sin cuartel ante lo estúpido, su tenacidad, su irreverencia, su honestidad frente a los gobiernos corruptos de nuestra historia. Pero pensamos también que toda virtud merece una dirección, amerita un norte. No creemos que en nombre de la objetividad y la imparcialidad se deba disparar contra todo lado, para encubrir dos situaciones: un europeismo recalcitrante y larvado, que le hace parecer todo lo peruano débil, primitivo, atrasado. Y un pesimismo destructivo, nihilista, individualista, que lo hace un ser de expresiones muy contradictorias. A veces, muchas de estas expresiones de decepción, parecen un archipiélago de desesperanzas, rodeado por la inmensidad de la duda y siendo las partes tan disímiles que no encajan en una concepción del mundo. Lo curioso es que muchos lectores o televidentes lo han elevado al nivel de defensor de los derechos del pueblo. ¡Debemos estar tan áridos de dirigentes políticos, de héroes! Y por ello, escogemos al desconfiado, al desilusionado, al decadentista.

No vamos a criticar ahora alguna de las opiniones que vierte contra la izquierda. Tampoco vamos a opinar sobre los desplantes o burlas que les hace a viejas glorias del reformismo nacional, intentando y muchas veces logrando, hacerlas parecer patéticas. Ni mucho menos ahora nos referiremos a la costumbre de hacer parecer a los dirigentes sindicales o políticos de izquierda como payasos. Nada de eso.

Ahora nos interesa los dos últimos párrafos de su columna del día de hoy en el diario “La Primera”, titulada: “Fujimori en el paraíso”, en donde expresa un par de muy cuestionables conceptos:

a. “El secreto de Fujimori es que ha convertido en socialmente exitosos los peores vicios de la “peruanidad”: la crueldad en el tumulto, el cinismo como método y, sobre todo, la cobardía elevada a la categoría de función vital ”

¿A qué peruanidad se refiere Hildebrandt? ¿A la de los campesinos biznietos de los guerrilleros que utilizó Cáceres para expulsar a los chilenos de los andes?, ¿A la de las comunidades indígenas de la selva peruana que sin recibir nada del Estado y es más, a veces balazos, izan todos los días la bandera nacional en lo alto de sus escuelitas rurales? ¿A la de los reservistas que más allá de los móviles de sus jefes se aprestaron a combatir en las fronteras por lo que creyeron la defensa de su Patria? ¿A la de los miles de jóvenes que en décadas pasadas ofrecieron su vida por lo que pensaban sería un mundo mejor? Lo que ocurre es que el señor Hildebrandt no cree en que las clases sociales están en constante conflicto, o no quiere creer. Y por lo tanto hay una sola peruanidad. ¿Juan Luis Cipriani será peruano del mismo modo que el cabo Segundo Pérez? , y ¿Luis Alva Castro como el campesino Juan Ataupa? Y por supuesto, ¿Don Dionisio Romero será igualmente peruano como lo fueron Luis de la Puente Uceda o Javier Heraud? Por supuesto que constitucionalmente sí. Todos son peruanos. Pero así como hay clases sociales, hay formas de sentir y de expresar la peruanidad. Y más aún cuando recordamos que tanto José Carlos Mariátegui como José María Arguedas, señalaban que el Perú es una nación en formación y por lo tanto los conceptos – y vivencias -sobre qué es ser un peruano y cómo serlo, son diferentes, de acuerdo al sector de clase, al grupo étnico o incluso al territorio del cual proviene el sujeto.

Ahora bien, ¿Qué quiere decir con “la crueldad en el tumulto”? Si se refiere a los linchamientos se equivoca, porque estos son furia popular reprimida y luego desbocada, legítima e histórica. Si tenía en mente a las barras bravas, al pandillaje, tiene cierta razón. Pero, ¿Ese es un rasgo de nuestra peruanidad? ¿Y Miguel Grau, teniendo a su merced a los chilenos en las aguas, no los rescató? ¿Es acaso Grau símbolo de crueldad en el tumulto? ¿Y “el cinismo como método”? Si atañe a las mentiras de Alva Castro sobre como los campesinos asesinados durante el Paro Agrario de febrero del año pasado, se dispararon entre ellos, tiene toda la razón. Pero si recordamos al maestro Gonzáles Prada fustigando a los traidores y corruptos con la sátira y jamás con el cinismo, ¿Podremos hablar entonces de cinismo nacional?

¿Y la cobardía como función vital? Son cobardes, sí, Hermoza Ríos, Montesinos y Fujimori, mentirosos redomados que saben huir cuando las papas queman. Pero, ¿Son cobardes los mineros en marcha de sacrificio de tres días? ¿Son temerosos los padres de familia que se prometen vender tres bolsas de cien caramelos cada una, al día, subiendo y bajando de mil combis para dar de comer a sus hijos?

Esa visión de peruanidad adocenada, de embrollo de defectos de tercermundismo genético, no podemos compartirla. Hay peruanos hidalgos, sinceros y valientes. Y son la mayoría.

b. “El triunfo de Keiko Fujimori, de darse, será el resumen vistoso de la tragicomedia nacional y una prueba de que hay países económicamente pujantes y moralmente inviables ”

Sobre el posible triunfo de la escoria fujimorista compartimos la misma preocupación. Lima es el bastión de la derecha. Sí, Lima provinciana como dice la canción. La capital que concentró poco a poco a la mayor población migrante del país y que fue depositaria durante décadas de los sueños y las frustraciones de millones de peruanos ha sido bombardeada con Magaly y Laura, con Cecilia Valenzuela y Carlos Álvarez y cómicos ambulantes y telenovelas mexicanas. Y, los nuevos votantes, mayoritariamente jóvenes, que conviven desde los conos con y contra el racismo y con la competencia desleal de San Isidro y La Molina, caen en la alienación más frívola, simple y barata. Eso es cierto. Y sería terrible que Lima vuelva a traicionar a las provincias como en el 2006. Y volviera el fujimorismo como regresó el belaundismo y el alanismo. En esto no le quitamos la razón al señor Hildebrandt.

Pero vuelve a equivocarse en su desprecio por lo peruano y en su análisis socio económico. En primer lugar el Perú no es un país “económicamente pujante”. Que ciertas cifras macroeconómicas registren el famoso crecimiento no significa que el Perú está progresando. Habría que preguntarse ¿Crecimiento según quién?, ¿Crecimiento para quién? El señor Hildebrandt sabe que una economía crece cuando se desarrollan las fuerzas productivas y eso en el Perú no está sucediendo, por el contrario cada día se hipotecan más los recursos naturales y el capital extranjero hace su agosto. Tan admirador del Estado de bienestar, el señor Hildebrandt debería estar enterado de que este vive en base a la pobreza nuestra, razón de su riqueza. El norte rico y el sur pobre del que habla Eduardo Galeano.

En segundo lugar, el Perú no es un país “moralmente inviable”. Porque no son los países los que tiene moral. Son los pueblos. Y el pueblo peruano ha dado mil ejemplos de ética a lo largo de su historia. Desde la reciprocidad andina hasta las jornadas comunales de construcción de viviendas en los cerros de la periferia de Lima. En estas cuestiones específicas de la economía diaria se demuestra la viabilidad de la moral de un pueblo. Y no en las expresiones malhadadas de un par de dictadorzuelos que no pueden empañar la moral histórica de todo un pueblo. La moral de Túpac Amaru, la de Leoncio Prado, la de Clorinda Matto, la de José Carlos Mariátegui.

No necesitamos su pesimismo señor Hildebrandt, su amor por la concepción de la maldad natural del hombre. Guarde su añejo Ortega y Gasset y su apocalíptico Robert Malthus, para las lecturas en sus momentos de ocio. No precisamos ahora de viejas concepciones. Viejas, no por antiguas, sino por rechazadas en el ánimo y práctica de los pueblos. Sí nos hace falta su buen periodismo. Su crítica al poder, también. Pero la creencia en un mundo que se despeña sin manera de remolcarlo, solo ayuda a que se adueñe de los aún no contaminados, el espíritu del oportunismo y la falsía, de la cobardía y el cinismo. Esos que tanto le disgustan señor Hildebrandt. Es tiempo de afirmar, es tiempo de esperanzas, de construcción. Acabemos ya con la auto conmiseración, con el complejo de Sísifo. ¡Basta ya de consternación! Digamos con el maestro: ¡Viejos a la tumba, jóvenes a la obra!

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