lunes, 29 de junio de 2009

EL ESTADO LIMPIA AL ESTADO


Los entretelones de la defensa y la condena de Fujimori o filosofía sobre la hipocresía.

Por: Martin Guerra.



Fujimori amenaza.

Toda la prensa comenta y opinan todos los políticos respecto al mensaje dado por Alberto Fujimori en el juicio que se le sigue. Unos esperan la más fuerte de las sanciones por todos sus crímenes, otros pretenden que el canalla es inocente. Sin embargo, más allá del tema de defender o acusar a Fujimori, hay algunas reflexiones que valen la pena hacer.

Fujimori señala que los crímenes de lesa humanidad se sucedieron también durante los gobiernos de Fernando Belaúnde y de Alan García, y se pregunta el por qué él si es juzgado y ellos no lo fueron o no lo son. Obviamente Fujimori juega al chantaje político o más precisamente a una sucia coacción tan propia de su estilo. No obstante para ser justos tiene algo de razón. Los motivos del diablo que les dicen.

El juicio y el pasado.

Veamos, los picos más altos de violencia desde 1980 hasta el 2000 fueron dos: 1984, la última etapa del segundo gobierno de Belaúnde y 1989, tiempos finales del primer gobierno de García. Por supuesto aquí no se trata de quién mató más, quién desapareció a más ciudadanos o quién se hizo de la vista gorda con las acciones genocidas de las Fuerzas Armadas o más aún, quién la ordenó. No, de eso no se trata. Pero de lo que sí se trata es de entender que la llamada política antisubversiva del gobierno de Fujimori respondía a un programa ya desarrollado con antelación por los gobiernos de Belaúnde y García, desde el uso de las Fuerzas Armadas hasta las desapariciones y las torturas. Situaciones que muy bien conocía Belaúnde desde su primer gobierno. La dictadura fujimorista no hizo otra cosa sino recrudecer y reorganizar, mejor dicho sistematizar la violación de los derechos humanos como una política del Estado, escenario que ya había sido usado más de una vez, como por ejemplo, la instigación de los militares a la matanza de Ucchuraccay, en donde su participación fue mucho más que de comparsa y algún día se aclarará, hechos ocurridos durante el segundo belaundismo; y la matanza de los penales, en 1986, ordenada por Alan García y ejecutada por las Fuerzas Armadas.

Decimos esto no vaya a pensarse, para exculpar al forajido Fujimori, sino porque de pronto parece que antes de su gobierno hubiéramos vivido en el más paradisíaco de los mundos. Inclusive la política de desmontaje del Estado ya había sido casi concluida por Alan García. El neoliberalismo lo desarrolla Fujimori, pero ¿Quién lo inaugura?

Igual podríamos inquirir: ¿Quién principia la guerra de baja intensidad en el Perú?

Los límites de Fujimori.

Lo que ocurrió en la política criolla es que Fujimori se excedió tanto en su satrapía y corrupción, que de haberse quedado más tiempo en el gobierno, una explosión social sin magnitudes antes vistas habría cambiado el rostro político del país, es por eso que hasta los yanquis, grandes impulsores de sus políticas, decidieron bajarle el dedo a través de las mesas de diálogo de la OEA, de las opiniones adversas de su Embajador en el Perú, y del apoyo político en las elecciones, primero a Javier Pérez de Cuellar y luego a Alejandro Toledo. A Washington no le convenía un pueblo hecho furia y por eso pierde Fujimori su favorable correlación de fuerzas a nivel internacional.

Y por eso mismo, Toledo hablaba de “hacer fujimorismo sin Fujimori”, porque este era “un gran gestor”, “devolvió la confianza de las grandes financieras mundiales en el Perú”, “lo reinsertó en el mercado mundial”, “construyó miles de colegios y tramos de carreteras”, “pacificó al país” y ya sabemos cuántas maravillas más. Y así es como hasta hoy en día, los canales de televisión y hasta el Presidente de la República le reconocen todo lo “bueno” que hizo por el país, así también le reconocen sus únicos delitos: la corrupción y la captura de la democracia. Pero el pueblo presionó. Las matanzas de estudiantes, de vecinos, de periodistas, no podían quedar impunes y por ello se dieron la extradición y el juicio.

¿Pero, es el único ex - presidente que debió ser juzgado? ¿No debieron ser juzgados también Francisco Morales Bermúdez, Fernando Belaúnde y Alan García?

El juicio y el presente.

Al juzgar a Fujimori y sancionarlo, en el supuesto caso de que la sanción sea la que el pueblo espera y no la que pague el favor a los fujimoristas de no pedir juicio para García, se observa tan sólo una percepción del delito, la de que actuó él sólo, por encima de la estructura que lo sostenía, que lo creó y que lo protegió por diez años: El Estado peruano. Fujimori fue el resultante de la venta del país al capital extranjero realizada por Belaúnde, de su sujeción a las Fuerzas Armadas, de la burla a los Derechos Humanos permitida y perpetrada por Alan García. Y del reino de los paramilitares con el Comando Rodrigo Franco a la cabeza. Fujimori y Montesinos pergeñaron el mejoramiento del Estado como máquina represiva y privatista al mismo tiempo. Allí está como magna obra de la dictadura, la Constitución de 1993. Constitución que desorganizaba al pueblo al golpear fuertemente y desarticular las viejas normas laborales y los derechos sindicales, Constitución que privatizaba casi todas las formas de generar producción y ganancia para los peruanos. Constitución que le otorga a las Fuerzas Armadas un rol abusivo. Constitución que García prometió anular y que no cumplió, ni cumplirá.

La hipocresía de la política criolla radica en amar a Fujimori por su neoliberalismo y por su odio al Perú no formal, pero encubriendo este extraño cariño, no exento de odio racista y oligarca al “ponja”, para rasgarse las vestiduras por los crímenes que antaño aplaudió y que a escondidas celebra. El Estado se limpia a sí mismo al condenar a Fujimori, el culpable por todos los años de desazón y terror gubernamental es uno sólo. Los que lo defienden pretenden un Estado fascista, validan los “costos sociales del conflicto”, ansían “una mano férrea”, piden “respeto para las Fuerzas Armadas” a quines según ellos “debemos tanto”. Los que lo atacan, lo signan como un individuo que se apoderó del Estado, lo corrompió y en medio del ejercicio de su gobierno cometió crímenes para frenar al terrorismo. Un individuo todopoderoso, que con una pequeña cúpula y centenares de mafiosos, hurta al erario nacional y mata impunemente. Juzgarlo es salvar la democracia. ¿Qué democracia? La de este Estado corrupto. Tan conveniente para el enriquecimiento de algunos. No juzgarlo equivale a más protesta social y con el tiempo mayor organización del pueblo y probablemente el fin del Estado como lo conocemos.

Y es tan cierto que aplauden la política económica de Fujimori, aunque la separan de su carácter represivo, como que Mario Vargas Llosa dijo: “Por culpa de este régimen liberticida, la palabra liberalismo ha pasado a ser una mala palabra en el Perú, un concepto o noción que gran número de peruanos asocia de manera automática a los tráficos mercantilistas que, en los procesos de privatización de empresas del Estado o licitaciones de obras públicas, sirvieron para que los dignatarios de la dictadura y un grupo de banqueros y empresarios (nacionales y extranjeros) hicieran pingues negocios, defraudando la fe pública y dilapidando los recursos del Estado ” ¿Y es qué acaso ignora don Mario que justamente para poder realizar los postulados del neoliberalismo se requiere de un Estado corrupto y corruptor? ¿O desconoce don Rigoberto reprimido que, para privatizar en Argentina, Menem no sólo recurrió a la corrupción, sino que tuvo que destruir a la central sindical para desorganizar al movimiento obrero? ¿Collor de Melo no se apoderó del dinero de los ahorristas y terminó de convertir al Brasil en un Estado perversamente podrido con una legislación laboral de la época de las cavernas? ¿Y qué pasó en México? ¿Qué hizo Salinas de Gortari? ¿No creó y dirigió su propia mafia para apoderarse de los recursos del Estado mientras permitía el enriquecimiento de algunas decenas de familias? ¿Y en Ecuador y en Bolivia, no se rifaron los recursos del país un puñado de payasos? Eso se llama neoliberalismo señor Vargas Llosa. Así de sencillo. Lo mismo que hizo George Bush al llegar a la Casa Blanca “se propuso nada menos que desmantelar la Seguridad Social ” Sin embargo, Vargas Llosa calla ante esto, tanto, como separa al Fujimori asesino del impulsor de la economía del Perú. En buena cuenta, ¿No aplicó Fujimori el shock que ofrecía Vargas?

Hoy Fujimori, mañana García.

Hoy por hoy a Fujimori se le juzga y ese juicio responde al pueblo, que enfurecido por la dictadura y tantas veces burlado por la supuesta justicia, marchó y reclamó en las calles la extradición y el proceso. Por ello, aguardamos la más dura de las sanciones. Pero no olvidemos nunca un par de cosas: La primera, que al ser juzgado por hechos aislados, reconociéndole solamente que su política de “pacificación” fue gubernamental más no estructural, -es decir que el Estado de Fujimori se construyó desde el pasado-, se está desconociendo además, la injerencia de Washington y de la Escuela para las Américas en este tipo de tácticas contra subversivas, quedando al final de cuentas sólo como un dictador y no como el canalizador de una política económica, de una guerra de posiciones, cuya victoria, Estados Unidos demandaba en la región.

Y la segunda, que los crímenes de lesa humanidad no prescriben y así como una magistrada italiana quiso hace algún tiempo abrir un expediente sobre violación de Derechos Humanos al ex dictador Francisco Morales Bermúdez, que fue blindado por García; así algún día no muy lejano, la matanza de los penales, los casos de Parcco Alto, Cayara, el asesinato de Saúl Cantoral y la desaparición de Teófilo Rímac, obtendrán justicia. Y esta vez no habrá quién blinde al responsable político directo de tales atrocidades.

Algún día, la amenaza de Fujimori que apunta no a que todos vayan presos, sino a que él salga libre, se cumplirá pero al revés, porque García y Fujimori constituyen el revés de nuestra historia como pueblo, aquellos que nos han traído de cabeza, y hora es ya de que pongamos al país de pie sobre la tierra. Una tierra digna, fraterna, justa y soberana

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